LAS ZAPATILLAS DE BALLET (o la fuerza de voluntad)

28.05.2020

¿Por qué el éxito aparece en unas personas y en otras no? Y por qué distinguimos entre tener Éxito y tener Buena Suerte, si al fin y al cabo, los dos conceptos se sustentan en las mismas acciones: preparar las circunstancias para que si lo que verdaderamente deseamos ocurre, estemos entrenados y alerta para que no se nos escape.

La oportunidad (el éxito) puede estar a la vuelta de la esquina pero sin duda, sin un entrenamiento diario, ésta sería más difícil de reconocer. El éxito al igual que la suerte, es la suma de oportunidad y preparación y para conseguirlos, hemos de ponernos en acción creando las condiciones favorables para que esto ocurra.                                                                                                                Un gran aliado del éxito y la buena suerte es sin duda la fuerza de voluntad, sin la que toda acción puede quedarse en sólo en una buena idea. La fuerza de voluntad llevada a cualquier oficio o afición, no es otra cosa que la manifestación del amor a la vocación, a la dedicación y al esfuerzo, sobre todo diario, el cual debería de ir asociado a la disciplina y a la técnica, lo que nos llevará irremediablemente hacia la consecución de los objetivos y hacia el enriquecimiento de uno mismo.

En Sevilla anochecía...

En Sevilla anochecía gradualmente y los colores degradados del atardecer hacían pensar que aquella noche de junio sería fresca y agradable. Nada más lejos de la realidad. Ya llevaba tres días en la capital andaluza realizando lo que había sido mi primer curso de escultura, el cual me permitiría familiarizarme con varias herramientas eléctricas muy útiles para mí en el futuro, y el calor había sido sofocante durante todo el día y las primeras horas de la noche. Hasta las cortinas del hotel dejaban traspasar el calor.

Como era un curso intensivo todas las horas de la mañana las pasaba haciendo cortes a las piedras y cambiando de herramientas pues de eso trataba el curso. El calor y las horas transcurrían paralelos e imperceptibles para mí, pues tan grande era mi concentración en lo que hacía. Al tercer día tenía que empezar otro proyecto, y ante mí tenía una gran piedra triangular nada inspiradora.

Aquella noche del 27 de junio del 2018, tenía dos entradas para un concierto que se celebraba en los Jardines del Real Alcázar de Sevilla, todo un referente y clásico musical de esta ciudad. Tras recoger a Juan en la estación de Santa Justa nos dirigimos al barrio de Santa Cruz, el viejo barrio judío, de callejuelas silenciosas y estrechas y donde los portales frescos y oscuros invitan a asomarse a un perfumado y refrescante patio de geranios y rosales y donde los besos robados saben aún mejor. Tras cenar algo, nos dirigimos rodeando el Alcázar, hacia la Puerta de la Alcoba por donde se accedía al concierto. En la misma entrada un gran cartel indicaba en números romanos que era la decimonovena edición. Noté que algo se encendió en mi mente al ver tantas barras cruzadas(XIX), pero no le di más importancia.

En escena los componentes del grupo Les Trois Ordres, ponían a tono sus instrumentos: la Flauta Travesera, la Viola de Gamba y el Clave. Poco después, el concierto en torno a las sonatas para flauta de J.S. Bach daba comienzo. Entre el Pabellón de Carlos V y el mirador Sur sobre la antigua muralla almohade en cuanto las primeras notas salieron de los instrumentos, el estado de continuo ajetreo de todo el día dio paso a un estado de relajación, semejante, al letargo de un reptil cuyos ojos se abren y se cierran alternativamente y donde las visiones confunden lo imaginario con lo real. En el escenario unas enormes zapatillas del exótico baile de la danza del vientre, fueron dando paso a unas ligeras y sonrosadas zapatillas de ballet las cuales, lo mismo giraban sobre sí mismas que repentinamente daban alegres saltos o se paraban en seco, dando cortos  pasitos . Los números romanos de la XIX edición también entraron en escena y como largas cintas se entrelazaban unas con otras jugando con las zapatillas, mientras la música compuesta de notas de cañas y flautas, daba paso al canto del muezzín desde una almena.

Los aplausos me sacaron bruscamente del estado de letargo. Con una sonrisa en los labios aplaudía intensamente no sólo a los músicos, sino también al nuevo proyecto escultórico que ya se abría paso en mi mente como el sutil perfume a jazmín, avanza como un navegante aéreo en la frescura de la noche y que al posarse llama a la acción.