LA SIESTA

08.12.2014

  Tumbado sobre lo que parece un largo jergón, el torso desnudo descansa plácidamente. No presenta ropaje alguno, ni vestiduras, ni cubierta o lienzo que lo cobije. Únicamente muestra su piel y su modelado busto de juventud plena. Descansa sobre su lado derecho y el brazo izquierdo se adivina levantado, intentando aliviar el calor del dorado torso. Su pelvis y sus glúteos ligeramente redondeados debido a la escasez de piedra, apelan en el subconsciente a lo erógeno, haciendo que las pupilas se dilaten al terminar su espalda y los labios se humedezcan inconscientemente...


  Desde el siglo VI a.C. el cuerpo desnudo ( y sobre todo el masculino) fue el tema central de la escultura y la pintura del arte en la antigua Grecia. Los artistas griegos representaban los musculosos cuerpos de los atletas dibujando con el cincel su marcada anatomía o bien , esquemáticamente en los vasos cerámicos, ya que consideraban la perfección del cuerpo como un ideal humano, atribuyendo también un aspecto atlético a sus héroes y a sus dioses, puesto que tanto a unos como a otros, se les atribuía cualidades como voluntad, valor, control y belleza. La mayoría de los escultores de esa época mostraban la percepción humana a través de unos ideales de belleza, recogidos éstos por el escultor griego Policleto en su libro Canon, el primer manual o tratado teórico escrito por un escultor, donde se recoge no sólo el sistema de proporciones y medidas que el escultor aplicó a sus obras ( "la medida total del cuerpo humano viene definida por la repetición de la altura de la cabeza en siete veces" ), sino también las ideas filosóficas en las que se inspiró ya que para él, el arte escultórico era una forma de alcanzar una perfección que engloba cuerpo, espíritu, pensamiento y acción. Es decir que no sólo creaba valores estéticos sino también morales. Posteriormente estas medidas fueron modificadas ligeramente a lo largo del tiempo unos cien años después por Lisipo (ocho cabezas ), por Vitruvio ( Italia siglo I a.C.), en el renacimiento por Leonardo da Vinci (1452-1519) y por Alberto durero ( 1471- 1528) y más recientemente por el arquitecto francés Le Corbusier (1930- 1957, 2.6 metros de altura).
  El torso que hoy presento, de estar completo, también se ajustaría a los cánones descritos ( sin olvidarnos de la medida que usaban los egipcios para la representación escultórica de la figura humana: 18 veces el tamaño del puño ). Y es que resulta sorprendente cómo cuando las proporciones se ajustan armónicamente, la expresión de éstas, es uno de los factores que produce la satisfacción estética. Aunque la pieza no esté completa o el desarrollo técnico no sea perfecto, con aproximarse a esas proporciones ideales arrancará inconscientemente en el observador, esa sensibilidad y emoción que lo mueve a valorar la autenticidad, la nobleza y la belleza interior de la creación.

  Otro aspecto interesante a destacar de la escultura es la pérdida de su cabeza y extremidades estratégicamente seccionados o desaparecidos, que recuerdan la nefasta decisión que se tomó para el arte en 1563 en la última sesión del concilio de Trento, tras la cual se prohibió colocar en cualquier lugar imágenes que inspiraran deseo, provocación o impureza proscribiendo así el desnudo sobre todo en el arte religioso y en cualquier lugar donde se hallase. Fue por ello que muchas joyas del arte escultórico y pictórico donde sus personajes aparecen mostrando la perfección del cuerpo humano como "summum divinae" fueron destruidas, seccionadas sus partes púbicas o al menos cubiertas éstas, tal fue el caso de cuadros (El niño Jesús de il Guercino o la figura de la Virgen de Guido Reni entre otros muchos), de esculturas tapadas con hojas de parra o de higuera (El Cristo de la Minerva o el mismísimo David, ambos de Miguel Angel) o en el caso de la Capilla Sixtina que bajo las órdenes de el Papa Pio V, Daniele da Volterra cubrió con velos algunas de las figuras del Juicio Final pintadas por Miguel Angel, por lo que ganó el sobrenombre de "Il Braghettone".

  SU DESNUDEZ APARECÍA DESFIGURADA BAJO EL AGUA...

  Su desnudez aparecía desfigurada bajo el agua que desde la pequeña cascada caía sobre su espalda mientras ella desde la orilla lo contemplaba. La poza en la que se refrescaba rodeada de exuberante vegetación se había convertido en el transcurso del tiempo en una piscina natural de una belleza infinita.   Aunque el curso del arroyo del Bejarano (Córdoba) se desliza suavemente, hay una zona en la que éste se vuelve abrupto y su agua limpia y transparente se muda bravía y salvaje capaz de pulir la piedra más dura, o de mover grandes ruedas de molinos. Aguas arriba, el molino del Molinillo aparece derruido e invadido por la indómita vegetación, aunque conserva todavía lo que fuera parte de la sala de molienda, y donde sus paredes desnudas sólo aparecen cubiertas por un velo verde y resbaladizo musgo. Su frescor fue aliviando sus calurosos cuerpos que poco a poco se fueron deshaciendo de las livianas ropas que los cubrían. Pero un calor aún mayor se escapaba de la piel como se escapa un suspiro sin poder contenerlo. Se aproximan y a través de sus ojos sus almas se reconocen. Su media sonrisa abre la puerta del deseo, tras lo cual, sus manos se entrelazan, sus bocas se saborean, su abrazo les une piel con piel, pidiendo que esa unión sea más, más íntima....más íntima... Hasta alcanzar un instante de clímax, en el que sus mentes abandonan la tierra para abrazar el cielo, minutos en el que el mundo parece detenerse. Sólo ellos elevados sobre la verde frescura del viejo molino, contemplan extasiados y desentendidos la grandeza del momento. 

  Es la dorada hora de la siesta y contemplo el torso desnudo que yace sobre la hierba . Su brazo izquierdo elevado despeja su pecho que invita a cobijarme junto a él. La quietud y el zumbido sordo de un insecto me transportan a la lejana infancia donde la siesta era de obligado cumplimento y ...poco a poco ... mis párpados se van...aflojando....





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