LA DIOSA ACARACOLADA Y LA TRANSFORMACIÓN

01.05.2017

  Cuantos cambios y transformaciones deberemos asumir antes de darnos cuenta de lo imperfectos que somos espiritualmente hablando. Nacemos con la mente y el espíritu sin apenas rasguños, con una determinada morfología que a lo largo de los años se irá transformando. Nada más nacer si se me permite la comparación, somos semejantes a ese bloque de piedra que se le presenta al escultor para transformarlo. Algo sin forma definida y cuya potencialidad es total, porque puede ser transformado en cualquier cosa.

  Posteriormente tras un estudio de la pieza se decidirá en que se convertirá comenzando a trazar las primeras líneas maestras que aunque desaparezcan de la vista perduraran aun cuando la escultura esté finalizada. En nuestra mente ocurre algo semejante, las líneas maestras con las que venimos cargados, se van en este caso, definiendo y acentuando cada vez más, dejando entre ver las primeras manifestaciones de nuestra personalidad.

  La siguiente fase en la escultura es muy compleja, ya que son tantas las dudas, tan lento el trabajo y tan poco definido que el peligro de abandono es brutal. Ni tan sólo la mente clara del escultor podrá imaginar la transformación final de la pieza.                                                              Con nuestra personalidad ocurre igual. En esta etapa la mente del hombre común es caótica, salta continuamente de un lado para otro, sin control. Sus energías se dispersan y esto va deteriorando poco a poco todo el contenido mental. En esta etapa la mente del hombre es perturbada y confusa, y se necesita de una fuerte voluntad y perseverancia para completar el proceso.  Se correspondería a la etapa adolescente de la personalidad. 


     En esta nueva fase, vemos como la escultura ya progresa, los rasgos básicos ya están perfilados y asentados, mientras que los atributos que la definirán se irán añadiendo poco a poco, de una forma larvada, que la convertirán en una pieza única.                                                             Lo mismo ocurriría con la mente y la personalidad del ser humano, las experiencias irán modelando nuestra personalidad y las influencias tanto internas como externas pueden perturbar nuestro mundo interior y retrasar nuestra evolución y madurez, sobre todo porque no alcanzamos a ver hasta qué punto somos negativos y hasta qué punto permitimos que las influencias externas nos alcancen y nos lesionen.

   La fase final también es compleja, el escultor se da cuenta de que la escultura ya apenas evoluciona, es cuando hay que empezar a lijar, pulir, dar color, empolvar o abrillantar. Con la lija, muchas de las imperfecciones superficiales se eliminan, uniformando toda la superficie; con el pulido, la pieza alcanza una suavidad propia de la seda y según la naturaleza de la piedra, ésta puede hasta brillar por sí sola.                                                                                                                 En la naturaleza humana, en esta etapa, sabemos muchas cosas, tenemos muchos conocimientos adquiridos por el estudio y la experiencia, adquiriendo así una cultura y un bagaje considerable que nos permitiría adaptarnos a cualquier circunstancia, pero la pregunta definitiva, a la que muchos no sabríamos qué contestar es, ¿que sabemos de nosotros mismos?. Con el paso del tiempo la respuesta la hallaremos en nuestro interior. A poco que indaguemos, encontramos en nuestro mundo interior caos y confusión y toda clase de fuerzas en contradicción. Vigilantes y atentos, deberíamos ir comprendiendo todo aquello que hay dentro de uno mismo, de forma que al ir madurando mental y psicológicamente, podremos someter y controlar nuestros centros mental y emocionalmente lo que nos permitirá encaminarnos con paso firme hacia nosotros mismos.