LA CONCIENCIA

22.12.2013

Calzada en su pedestal, observando inmutable el transitar de los demás, aparece la conciencia. Cuando alguien se para a contemplar su color áureo, su flequillo enhiesto como las crines de esos caballos troyanos, su nariz quebrada y renaciente como si de una estatuilla votiva íbera se tratara, las cuencas de sus ojos que parecen hechas con los dedos índice y pulgar para que a su presión los pómulos aparezcan, así como el pellizco que a la pétrea materia se le ha dado para formar su boca, uno no queda indiferente pues,

  su severo rostro hace que aflore en nosotros nuestra conciencia más arcaica (lo bueno y lo malo), remontándonos a aquellos días de la infancia donde con una sola mirada paterna el escalofrío que recorría toda nuestra espalda, nos alertaba sobre aquello que habíamos hecho o que habíamos dejado de hacer.