LA COLETA

27.01.2014

   Un imponente rostro fija mi atención, del cual coronado por una tiara cae majestuosa la coleta. Es un rostro duro, hermafrodita según se mire: de frente, tan masculinizado que recuerda a esos guerreros griegos, fieros y retadores, o a esos mayas de frente ancha y plana y ojos almendrados, cuya tradición enaltecía los ojos estrábicos como signo de belleza y distinción social, o a esos elfos humanoides de apariencia frágil, delicada y de ojos ahusados.

  Si ahora giramos hacia la derecha, aparece ante nosotros un perfil inequívocamente femenino: de rostro alargado, mirada inquisidora y fijada en altas concepciones. De boca bien cerrada evidenciando con ello un temperamento conflictivo y apasionado, de nariz alargada y recta a modo de sensible receptor de "olores" invisibles y de ojos grandes y vivaces pero que a su vez nos miran con un ritmo reposado, denotando un claro dominio de sí mismos, reflexivos e intuitivos.

  Otro atributo a destacar es su rizada melena. El peinado y la disposición del cabello junto con la tiara una vez examinado el rostro, es lo más destacable de la escultura: Tiene el cabello estirado por ambos lados y ajustado detrás en una coleta y sujeta ésta por una diadema de tres lazos. Al caer los rizos en los laterales del rostro, hacen que éste aparezca más alargado pues el moño lo alarga y los rizos delanteros lo adelgazan logrando así una forma ovalada ( ideal de belleza en el romanticismo ) dotándola de una apariencia frágil y común, aunque no por ello menos bella.

    Sin embargo el hecho de adornarlo con una diadema de tres lazos hace que sea diferente. Simbólicamente la diadema o corona se colocaba como atributo de poder y dominio, aunque yo me quedo con su sentido más espiritual, el que permite un mejor contacto con lo celeste y divino provocando con ello que el portador, a modo de sacerdotisa o mediúm, se eleve permitiendo el despertar de la mirada interna, aquella que nos pone en contacto con lo que no vemos, con lo más elevado del alma humana, su propia esencia.

  Muchas veces confundimos nuestra personalidad con lo que realmente somos. La personalidad la vamos formando con experiencias pasadas, ideas e identificaciones. Sin embargo la esencia es como el mineral que va unido y está escondido en la roca, hasta que no eliminemos la escoria, las impurezas y las imperfecciones no descubriremos qué valioso tesoro se esconde en ella. Y así, aunque nuestros actos y acciones nos lleven al éxito nos seguiremos sintiendo insatisfechos hasta que no hallemos nuestra esencia personal, es decir, hasta que no nos hallamos liberado de la carga de complejos, de sentimientos de deficiencia, de inferioridad, de vulnerabilidad, etc. a los que vamos acogiendo a medida que transcurre nuestra existencia.

  DURANTE MIS AÑOS DE FORMACIÓN ...

Durante mis años de formación universitaria tuve que hacer esa ruta día tras día y casi siento todavía el frescor de las mañanas primaverales en los brazos, el frío intenso del invierno en la cara y el calor aplastante del verano. Casi no había otoño en Córdoba. Siguiendo la tendencia del ser humano de coger ( elegir ) el camino más corto (trochas), todas las mañanas muchos de mis compañeros y yo atravesábamos un descampado en el cual se había dibujado un sendero, delimitado por una pared de piedras irregulares en uno de sus márgenes, donde plantas de jaramagos y dientes de león creaban todas las primaveras su propio ecosistema. Era durante el invierno cuando las piedras aparecían desnudas, únicamente protegidas por una sábana de musgo pardo y verde y salpicadas de caracoles fosilizados cuando se las podía examinar bien: muchas aparecían unidas entre sí por la argamasa que genera su propio peso, pero otras aparecían esparcidas, separadas y liberadas del amarre del mortero que concienzudamente el hombre colocó.

 Cada tarde al volver de esa cuna del saber, cuyo pórtico columnado y enmarcado por un semicírculo de color amarillo ( rememorando al del báculo de la sabiduría) nos acogía a nosotros los iniciados en la andadura del conocimiento, dispuestos a comprometernos con la verdad y la justicia y preservar y defender el mundo de esas pequeñas amenazas que pueden provocar grandes tragedias, miraba las piedras y me las imaginaba cual sillares abandonados pertenecientes a esos templos y escuelas de sabiduría antiguas, como la de Tebas en Grecia o las de Hermópolis ,Memphis o Heliópolis en Egipto donde Pitágoras y muy posiblemente Platón fueron instruidos . Es por ello que mi primer impulso al menos imaginario, era resolver ese desorden, esa entropía y poder devolverles al menos una ínfima posibilidad de encontrar su glorioso pasado.