EL CARTABÓN Y LA CONFIANZA

22.05.2015

             ¿Quién no ha perdido la esperanza alguna vez?,  ¿Quién no ha mirado al cielo preguntándose porqué a mí?,  ¿Quién no se ha visto rechazado en alguna ocasión? y quién, ante alguna pérdida física o espiritual no se ha dicho "ya no puedo más".                                                                                                Sin embargo, si echamos una mirada profunda a las vidas de las personas de nuestro alrededor, observamos que siempre la esperanza reaparece, que después de mirar al cielo la respuesta viene en forma de decisiones bien pensadas, que después de un rechazo en cuanto éste es aceptado, viene otra oportunidad y que después de un ya no puedo más, salidos de unos labios crispados y de unos ojos suplicantes, aparece siempre un cabo suelto de la madeja del hilo que teje nuestra vida, y al que nos volvemos para asirlo tímidamente al principio y fuertemente después para no soltarlo nunca más. Ese cabo son nuestros objetivos y la aguja con la que se tejen es la Confianza en uno mismo.                    Sin unos objetivos, un propósito y sin una finalidad verdaderos (aunque estos varíen a lo largo de nuestra vida), nuestra existencia tiene poco significado y tendemos a vivirla aburridamente. !Confiar, no dudar, arriesgarse, Confiar en uno mismo, en nuestras capacidades ! es lo único que puede ayudarnos a tensar el hilo con el que daremos forma y sentido a nuestro vivir. 

            Es curioso como  presente y pasado se entremezclan dando fruto a una realidad mágica. Nuevamente la piedra que hoy presento procede de la escombrera sita en Villanueva del Duque y lo que me inspiró su talla fue un hecho vivido en el pasado:

 Hace apenas un año, tras adquirir la casa de al lado, una de las dificultades que nos traía de cabeza era la ubicación y la construcción de una escalera. Gracias al maestro de obra Ginés, que dominaba como nadie el tema de los planos inclinados y la colocación de los peldaños en su lugar exacto, la escalera se terminó con éxito. Nada tiene que ver esta escalera cómoda y segura con la que había en casa de mis padres, de madera y cuyos peldaños se estrechaban a medida que se iba ascendiendo, y si no se apoyaba firmemente corrías el riesgo de una caída segura. Era como una de esas escaleras que el buen Machado pedía todas las primaveras en su poema La Saeta.                                                El caso es que con ella podíamos mis hermanas y yo, acceder a un lugar lleno de misterio, penumbroso y empolvado como era la camarilla, donde se acumulan los enseres que han acompañado a nuestros seres queridos durante al menos un período importante de su existencia. Allí pues, entre otras muchas cosas ,se encontraba  aquella caja de madera arrumbada en un rincón, cuyas bisagras y asa de cuero estaban sujetas por puntillas ya oxidadas y cerrada por un candado imposible de abrir. 

         Gracias a la pesada persistencia que se desarrolla en la niñez, mi madre por fin abrió la misteriosa caja y  al abrirla, de ella salieron aromas imperceptibles a sal, arena y al sol africano; a té dulce de olor a menta; al té de rosa marroquí con su fragancia a especias y miel; a vainilla, a sándalo, almizcle y a curtidurías. Todos ellos se habían quedado guardados allí durante unos 15 años cuando mi abuelo paterno se jubiló y se vino a la renaciente España de los años 60, abandonando para siempre la refinada sociedad que la colonia francesa había establecido en Casablanca ( Marruecos ).    En la caja se encontraban multitud de herramientas que sin duda habían significado mucho para él en su desarrollo profesional, muchas de ellas envueltas en papel de periódico para evitar la humedad.                Mi abuelo había sido una persona muy romántica y sentimental y su estancia en Marruecos, le dejó una profunda huella que la dejaba traslucir en sus maravillosos e interminables relatos, enigmáticos y llenos de misterio, en sus cuentos africanos donde abundaban serpientes encantadas, aves que hechizaban con su canto y donde la luna reflejada en sus charcas, respondía a las cuestiones más difíciles planteadas, y en los cuentos de la tradición oriental, llenos de alfombras voladoras, palacios en países muy lejanos, anillos mágicos... Por eso cuando rebuscando en la caja de madera apareció un paquete alargado envuelto en un papel de periódico en el que destacaba la palabra Confía, supe que no había sido puesto al azar : era un mensaje, de autoconfianza para él mismo o bien para quien lo encontrara,¿ quién sabe?                                                                                              Él mismo había encontrado el significado de la palabra Confía y de alguna manera deseaba comunicarlo. El paquete atado con finas cuerdas de algodón amarillento contenía un plateado y desgastado cartabón y es ahora en mi madurez, cuando me doy cuenta del significado de esa palabra y cómo al pronunciarla me impulsa y me eleva, como una bocanada de aire cálido elevaría una maravillosa alfombra voladora.