EL CABALLO BLANCO

12.12.2013

  Mirando el caballo de crines rizadas,en actitud indome, cual Bucéfalo en la batalla y como si de las riendas algún magno guerrero le tirara queriendo reprimir su fuerza y su desenfreno, pasan por mi mente imágenes de temidos guerreros íberos, peleando en caballos de largas crines o como Aníbal el cartaginés el cual montaba en su caballo Strategos sin freno, sin bocado y en muchas ocasiones sin bridas agarrado a sus crines, y al cual hizo traer desde Grecia en un afán de imitar a su ídolo Alejandro Magno.

  En literatura el caballo blanco hace referencia a la idea de espiritualidad y pureza, cualidades humanas que cuando se identifican a éste animal con los impulsos humanos se entiende claramente el diálogo que se establece entre el jinete y su montura. En este caso el caballo obedece a un jinete de temperamento inalterable y de gran fuerza no solo física sino mental, cuyo espíritu volaría al igual que las crines de su montura rebeldes y libres, fusionándose con el viento, danzando en un vaivén sin control cual palmera en plena tormenta, ayudándose de su montura de rostro fusiforme para avanzar como la quilla de un rompehielos entre las nubes.


  Tu procedencia es del entorno de Valenzuela (Córdoba) en una colina situada a los pies de Cerro Boyero (antiguo asentamiento íbero), muy cerca del municipio y que hasta hoy se venía usando como tierra de cultivo para el olivar, sin apenas restos pétreos en su superficie que dejasen entrever lo que debajo se ocultaba. Fue  hace apenas unos años cuando con la construcción de una variante, salieron a la superficie restos de lo que pudo ser (aún no confirmado) un caserío íbero formado por varias construcciones aisladas, y que dependían del poblado más cercano (cada poblado tenía entre 10 y 15 caseríos dependientes del mismo). Junto a ellos apareció un pozo (hoy día cubierto) con una escalera interior de piedra para acceder al fondo.
  Aún hoy recuerdo las innumerables peregrinaciones con familiares y amigos para mostrar con orgullo y satisfacción las huella que la mezcla del sustrato indígena de Hispania (1100-700 a.c) con remotas civilizaciones de tartesos, fenicios o griegos fueron dejando en nuestro subsuelo.

Fué en una de esas visitas, en un terreno colindante y cercano a un majano de piedras oscurecidas por el tiempo, sin duda amontonadas por el dueño del olivar, donde una piedra destacaba sobre las demás, no por su morfología accidentada e irregular, sino por su color lechoso: que al igual que destaca la nieve sobre las montañas o la ceniza sobre el carbón apagado, ella, destacaba como Pegaso (caballo blanco alado) sobre el monte Helicón, del cual al ser golpeado por sus cascos surgió la fuente Hipocrene o fuente del caballo, manantial de la inspiración poética. Dicen que , una de las leyes que se cumplen en el universo es el juego de dualidades, la armonía de los opuestos, que con su eco invisible llega hasta la psique despertando su poder creador. Esto, fue lo que debió atraer mi atención hacia ese montón de piedras allí olvidadas y que quizás en otro tiempo formaron parte de un todo mayor y al que quizás, en días venideros vuelva para beber nuevamente de la fuente de la inspiración.