CATUS IN MEMORIAM

02.08.2014

  Cinco gatas negras vivían por aquel entonces en la casa de la calle Feria con la que llegaría a ser años más tarde parte de mi familia. Poco después la familia se cambiaría de casa no muy lejos de la otra. Con el ajetreo de la mudanza y lo dado que son los gatos a campar libremente por doquier, cuando definitivamente se echó la llave a la puerta, nadie se acordó de las gatas. Nadie las echó de menos hasta que un día aparecieron con su suave ronroneo y rozando la falda negra y larga de la abuela, fue cuando entonces todos se dieron cuenta de su ausencia. Nadie las echó de menos excepto aquel niño rubio, de mofletes rosados, cuerpilargo y paticorto (como todos los "caseros" ) y que como todos ellos venía cargado con unas alforjas por memoria, tan profundas que ningún recuerdo ni ningún aprendizaje se le escaparía.
 Sólo él, echó de menos a sus cinco amigas azabaches y sólo él quedó impresionado cuando una a una las cinco gatas negras, a modo de saludo lo rodearon y con sus lomos arrulladores lo acariciaron. Posteriormente danzaron junto a él a modo de reconocimiento y amistad, envolviendolo en un círculo protector como si quisieran dotarlo del ingenio, la reflexión, la observación y la cautela que le acompañaría toda su vida. Una vida ésta, dedicada a la enseñanza de la bioquímica en la facultad de medicina en Córdoba donde tras sus memorables clases los alumnos permanecían en sus asientos inmóviles saboreando las palabras y las expresiones filosóficas robadas a Aristóteles, Platón, Kant o Sartre o aquellas otras verbalizaciones poéticas tomadas de autores como Juan Ramón Jiménez o Pedro Salinas que en las horas más trémulas siempre lo acompañaron. Sin embargo si algo aprendió tras el episodio con las cinco gatas fuel el valor de la independencia y la fidelidad no sólo a los demás sino a sí mismo, valores que le hicieron crear su vida en cada instante, al igual que el mar, llena de sinfonías, espumas y sabores.

 Esta piedra procede de Sevilla, ciudad de luz y olor que impregna el alma de quienes hemos tenido la suerte de vivir allí. Don Pedro a quien está dedicada esta escultura se formó académicamente en la ciudad Bética, a la vez que alcanzó su madurez personal, echando las raíces que definen lo que uno es para toda la vida.                       En Sevilla la luz percibida por unos ojos inquietos y poéticos como los de Don Pedro marcaban su día a día: mucho antes del amanecer comenzaba su actividad con lecturas, escritos, elucubraciones y reflexiones que posteriormente darían su fruto en los numerosos libros que editó a lo largo de su vida. Tras esas primeras horas de trabajo la luz del amanecer sevillano se colaba por el ventanal y señalaba una nueva rutina marcada por la intensidad de ésta: se bañaba con su luz de plata, desayunaba con el anaranjado de sus cielos y se perfumaba con el fresco y puro azul matutino. El resto del día lo pasaba cobijado a la sombra de la universidad y el hospital y al final de la mañana, cuando ya el sol caía aplomo, el refugio lo encontraba entre añosas tabernas degustando la frescura de la cerveza, de una copa de jerez o de un vaso de manzanilla de Sanlúcas.                                                                                                                                                     

Al atardecer nuevamente la luz imponía su rutina donde destacaba un paseo vespertino alterado éste por esa sucesión de olores y sabores que marcaban claramente las distintas estaciones del año: En invierno el olor a castañas asadas en las esquinas se mezclaba con el de los alfajores y la canela de los polvorones, mantecados y pestiños que tanto gustaban a Don Pedro. En primavera la fragancia de las flores de los jardines, mezclados con los aromas de las especias en los mercados y del inconfundible olor del azahar, acompañaban sus paseos alterados estos por un reguero de cera en el suelo y el olor a velas y a torrijas propios de la Semana Santa. En la época estival los platos de gambas y langostinos de las terrazas recordaban el cercano mar de Cádiz, Matalascañas o Mazarrón, gran protagonista de su libro poético " Desde aquel mar ".                         Por último, el otoño le traía ese olor vocacional de las aulas desde las cuales daba sentido a su vida. Como Aristóteles frente a su alumno Alejandro todo presunción, altivez y fogocidad él era frente a sus innumerables alumnos, la moderación, el análisis y la vida contemplativa del científico-filósofo. Su gran capacidad de comunicación e improvisación (característica impresa genéticamente en toda la familia), le hizo ser un buen didáctico ya que hacía que el pensamiento de quien lo escuchaba no se interrumpiera, permitiéndole así sin notarlo, que éste tomara la dirección más adecuada, dotándolo de una energía que afectaba a su vitalidad y a su forma de ver la vida.




A dios Don Pedro, la grandeza de sus obras y el ejemplo moral de su conducta, fue una perenne fuente de inspiración para las generaciones posteriores y aunque en lo personal, a un me quedaban muchas cuestiones por satisfacer, doy gracias por haber conocido tan de cerca una mente tan privilegiada como la suya, capaz de animar al alma a amar las cosas grandes impulsando a ésta como en un tornado, hacia lo trascendente.
 

 Nota: Esta escultura está dedicada a Don Pedro Montilla López ( Valenzuela, diciembre de 1939- Córdoba agosto 2013), Profesor Titular de Bioquímica y Biología Molecular de la Universidad de Córdoba, así como ex Decano de la Facultad de Medicina, VIP por la Universidad de Oxford, Miembro de la Real Academia de las Ciencias, Bellas Letras y Nobles Artes de Córdoba, Distinción de Honor de la Villa de Valenzuela por los valores culturales...