CATUS  IN   MEMORIAM

31.05.2014

  El gato de cabeza redonda, de lengua áspera, patas cortas y pelaje abundante, de color arena y suave como los polvos de talco, tiene la oreja de acero pulido agrandada, con la que no sólo capta los cientos de sonidos incapaces de ser oídos por el ser humano, sino también aquellos que aún son pensamientos y no han sido emitidos. La mano izquierda aparece junto a la boca en señal de acicalamiento y aseo. Mojados los bigotes, la cara se le ha aclarado y en ella sus ojos grandes parecen mirarnos sorprendidos y asombrados de que un acto tan rutinario nos pueda conmover y despertar tanta ternura.

  Su mano derecha se apoya sobre cantos sueltos, semejantes a los que se retiran de los campos de labor blandamente arados y sabiamente sembrados, formando un pequeño majano a través del cual las fuerzas telúricas ( del interior de la tierra, para las que los gatos tienen una especial sensibilidad y percepción), establecen conexión con las fuerzas celestes o al menos así lo vieron ciertas culturas. Esta vinculación de las piedras con lo celeste se le atribuye a la inmutabilidad, atributo por excelencia de los dioses, lo divino y lo cósmico.

  El gato presenta un simbolismo ambivalente, dual en casi todas las culturas. Una visión positiva en la que nos protegen aunque no a un nivel físico y terrenal como lo harían los amigables canes, sino en un plano más sutil, más etérico ya que se cree que los gatos son capaces de defendernos de las influencias no físicas, de la negatividad del ambiente y las malas energías, diluyéndolas en su presencia y transmutando las energías negativas de un lugar y de las personas en energías positivas. 

Por otro lado la visión contraria es la del símbolo del mal, especialmente en la Edad Media ya que estos eran considerados parientes de las brujas y cómplices del demonio y en ciertas culturas como la japonesa se le atribuyen cualidades mágicas nada benéficas para los hombres, siendo considerados como signo de mal agüero.

 En este caso CATUS no transmite malas vibraciones, su contemplación hace que aflore en nosotros sentimientos de ternura, protección, acunamiento y arrullo. Su explicación la debemos buscar en el misterio de las formas, sus proporciones y sus relaciones internas que hacen que nuestra percepción o nuestro estado de ánimo tome diferentes direcciones. Al analizar las proporciones de la pieza, se observa una clara desproporción de la cabeza y sus elementos con respecto al cuerpo. Pero este hecho lejos de provocar rechazo o agresividad en la visión de la escultura, lo que despierta en el inconsciente son sentimientos de ternura, seguridad y protección debido a que la naturaleza, en los primeros estadios de vida (sobre todo en mamíferos ) en la etapa de cachorro, manifiesta estas desproporciones con sus ojos redondos y cabezas grandes protegiéndolos así de toda agresividad. 


 

  LA CALIZA SEVILLANA ARDÍA BAJO UN SOL...

  La caliza sevillana ardía bajo un sol que retaba a la desnudez. Nuevamente una reciente visita al conjunto arqueológico de Itálica (206 a. C. Santiponce, Sevilla ) había despertado en mí la imperiosa necesidad de rescatar alguna idea que transformar en sorprendente realidad. La primera vez que visite Itálica tendría unos quince años, el alma blanca y el corazón aún sin templar, como esa barra de acero que espera ser trabajada por las manos del herrero para convertirse en una espada sin igual.

  Aquel fue para mí, ahora me doy cuenta, un viaje iniciático. La excursión donde todo olía a libertad y descubrimiento, había sido organizada por el departamento de historia del instituto donde cursaba el bachillerato: el primer viaje sin los padres, solos los compañeros del instituto guiados por un par de profesores, con la mochila cargada de bocadillos y unas cuantas monedas en los bolsillos !qué grandes nos sentíamos¡.

 Los viajes iniciáticos suponen una transformación para la persona que los realiza, haciendo que esta contacte con un potencial interior que desconocía tener, para lo cual no hace falta desplazarse de un lugar a otro, puede conseguirse a través de la meditación, el estudio de uno mismo o con un determinado tipo de vivencias. Lo único de lo que hay que partir es de un espíritu inquieto y valiente para perseguir un sueño, un anhelo, una visión, convirtiéndose en el héroe de su propia existencia. 

  Todo esto se inició cuando visité el museo del recinto (actualmente cerrado) donde por primera vez contemplé esculturas de tamaño natural e incluso ciclópeas y tan reales, que algunas las hubiera podido confundir con uno de nosotros a no ser por la blancura de sus ropajes. La visión de la belleza y la desnudez de la naturaleza reflejada de esa manera tan impactante, supuso para mí, sin saberlo, un antes y un después. La admiración, el asombro, el sobrecogimiento, conmovió mis emociones y mis ideas sustrayéndome así, de una inercia de caos, ignorancia y egoísmo propios de la adolescencia. Y es que como dijo el poeta "cuando el alma es la que contempla, ella sabe reconocer lo que a ella pertenece.


  Una parte de mí quedó ligada para siempre a itálica y a Sevilla. Unos lazos invisibles me llevan allí una y otra vez. En itálica dentro del milenario y desusado anfiteatro, cierro los ojos y me imagino que soy como esos gatos de la Ciudad Eterna que campan por sus edificios derruidos, libres y tan cómodos como si algunos de sus antiguos moradores se hubieran reencarnado en ellos. Privilegiados gatos que adormecidos entre las sombras proyectadas por las ruinas, al refugio del hervoroso sol sevillano, contemplais ocultos entre las gradas el ir y venir de los visitantes como en otros tiempos lo fueran los gladiadores que armados de escudos, lanzas o espadas inspiraron verdaderas pasiones ante quienes los contemplaban.